Sin miedo

Durante las guerras civiles en el Japón feudal, un ejército invasor podía barrer rápidamente una ciudad y tomar el control. En una aldea en particular, todos huyeron momentos antes de la llegada del ejército; todos excepto un maestro de Zen.

Curioso por este viejo, el general fue hasta el templo para ver por sí mismo qué clase de hombre era este maestro.

Como no fue tratado con la deferencia y sometimiento a los cuales estaba acostumbrado, el general estalló en cólera. 
¡Estúpido! -gritó mientras alcanzaba su espada- ¡no te das cuenta que estás parado ante un hombre que podría atravesarte sin cerrar un ojo!
Pero a pesar de la amenaza, el maestro parecía inmóvil. 
¿Y usted se da cuenta -contestó tranquilamente el maestro- que está parado ante un hombre que podría ser atravesado sin cerrar un ojo?



Cuento Zen.

Gusanos dispares.

Bajo un campo de acederas vivían dos gusanos que se alimentaban de las raíces de las acederas.
Un día exclamo el primer gusano: "Bueno, ya estoy harto de vivir aquí abajo. Me voy de vieaje, quiero ver mundo"
Hizo su maletita y se arrastro hacia la superficie, y cuando vio brillar el sol y le rozó el viento que peinaba el campo de acederas, sintió de pronto ligero el corazón y comenzó a abrirse paso entre los tallos.
No había avanzado ni tres pies, cuando de pronto lo descubrió un mirlo y se lo zampó.
El segundo gusano en cambio se quedó para siempre bajo tierra en su agujero, comiendo cada día sus raíces de acedera, y vivió por muchos años.
Pero, ya me diréis, ¿qué vida es ésa?

Extraído de la obra de Franz Hohler.

La Creación.

En el principio no había nada más que Dios.
Un día recibió un caja llena de guisantes en vaina.
Se preguntó quién se la habría enviado, pues no conocía nadie más que a sí mismo.
No veía la cosa muy clara, así que dejó que la caja se quedara allí, o mejor dicho, que se quedara suspendida en la nada.

Siete días más tarde reventaron las vainas, y los guisantes salieron disparados hacia el vacío.
Algunos de los guisantes que habían compartido vaina permanecieron juntos y formaron constelaciones.
Empezaron a crecer y a brillar y, así, del vacío surgió el universo.

Dios se asombro mucho de ello. Sobre uno de los guisantes se desarrollaron más tarde toda clase de criaturas, entre ellas seres humanos, que le conocían. Le atribuyeron la creación del universo y por ella lo veneraron.

Dios no lo negó, pero hasta el día de hoy sigue rumiando quién demonio le mandó aquella dichosa caja de guisantes.


Extraído de la obra de Franz Hohler.